lunes, 22 de abril de 2013

La universidad: ¿otra vez patas arriba?

ESTHER CLAVERO MIRA Y GABRIEL GARCÍA SÁNCHEZ

Ya lo hemos dicho en alguna ocasión: hay que llegar a un Gran Pacto de Estado en el que se aprueben unas leyes educativas, que sean capaces de mantenerse en el tiempo, hasta que la praxis nos indique qué es lo que está fallando para que se modifique; pero lo que no se puede hacer es estar de cambios integrales cada cinco años, porque el profesorado, y también el alumnado, no acaban de adaptarse a la nueva planificación, siempre costosa, cuando ya les está cayendo otra nueva encima; además, la convivencia de dos planes a la vez no deja de ser un problema que dificulta la planificación docente.

Los ministros de Educación de este país se caracterizan por un hecho singular: les parece necesario que exista una ley que lleve su nombre; para ello, aprovechan la menor ocasión para modificarla, nunca piensan que con unos pocos cambios se eliminan los problemas, inmediatamente se ponen a la tarea de hacer una ley nueva.

Y en estas que nos llega Wert, el peor ministro de la democracia, 'el caballo de Atila', a 'poner orden' en la Universidad, y por supuesto quiere tener 'su ley', previamente aconsejado por su grupo de expertos; y lo primero que se le ocurre es ir contra la Constitución, en concreto su artículo 27 que consagra la autonomía universitaria, al querer llenar el único órgano de gobierno colegiado que quedaría a nivel global de políticos para que nos digan cómo tiene que gobernarse la institución.

En ningún momento se ha planteado el hecho de que si los consejos sociales de las universidades, constituidos por una exigua proporción del colectivo universitario y un número superior de representantes de la sociedad, que tienen bastantes e importantes competencias fundamentalmente en materia económica, pues son los que aprueban el presupuesto y la correspondiente liquidación del mismo, cumplieran correctamente su función, no haría falta modificar la actual ley aunque, eso sí, habría que introducir uno de 'los caprichos' del ministro, como la existencia de un rector 'presidencialista', con amplios poderes otorgados por la gracia de Dios.

La Universidad española ha experimentado en los últimos años tres cambios de planes de estudio: el de 1995, que supuso la entrada como unidad de 'medida docente' el crédito. El de 2000, que fue una 'corrección técnica' de los anteriores, aunque supuso cambios en algunos casos de calado, porque cuando se abre el melón de una reforma nunca se sabe el alcance que va a tener. Finalmente, hace cuatro años, entró en vigor el sistema europeo, conocido popularmente como Bolonia, y que ha supuesto un gran cambio al llevar todas las titulaciones a cuatro años más un año de posgrado (master), incluidas las diplomaturas. La Ley Wert pretende seguir el proceso de convergencia, pero no hacia Bolonia, sino hacia el modelo anglosajón, que en nada se parece a tradición académica europea, y llevar los grados a tres años y los posgrados a dos.

Pero todo esto en un contexto de crisis galopante ni siquiera se va a poder hacer a 'coste cero', y la experiencia nos demuestra que esta circunstancia hace casi inviable cualquier reforma, pues si encima se hace a 'coste cero recortado' entraremos en terrenos del más difícil todavía, y con la fuerte competencia de la universidad mimada por el gobierno regional, la UCAM, que cuando ya ha puesto en marcha todas las titulaciones que ha querido sigue creciendo, pero ahora con la construcción de tres centros de enseñanza no universitaria. ¿Tendremos que acabar pidiéndole préstamos al señor Mendoza para superar la agónica situación que padecen las universidades públicas?.

Al menos para nosotros hay un tema que debe resolverse, que es la dualidad centro-departamento. O se va a una estructura de centros, o por el contrario se elige la opción departamental; una de dos, pero ambas no deben convivir,. Aunque no se quiera, siempre se solaparán competencias, máxime cuando existe otra división funcional que es la de los grupos de investigación.

Una vez que se elija una de las dos, el siguiente paso debe ser la constitución de estructuras potentes, como pueden ser las Divisiones que existen en otras universidades, que de hecho suponen una descentralización de la universidad.

Pero esperemos primero los resultados del Plan Bolonia, porque lo que se haga tiene que ser meditado y pactado para no caer en la tentación de que, en cuanto nos descuidemos, ya nos esté cayendo otra reforma que nos haga perder de nuevo un tiempo precioso que debemos dedicar a nuestras labores principales: docencia, investigación y, en su caso, gestión.

Para todo ello, evidentemente, es imprescindible financiación. No olvidemos nunca que, pese a que el Gobierno del PP quiere llevar a la Universidad pública al desprestigio, ésta es una de las instituciones más valoradas por los españoles.

Abrid escuelas y se cerraran cárceles 
Concepción Arenal

lunes, 15 de abril de 2013

EL IDIOMA DE LA POLÍTICA: el arte de no decir nada

ESTHER CLAVERO MIRA Y GABRIEL GARCÍA SÁNCHEZ 

En la prensa política del siglo XIX encontramos a autores y a políticos que marcan tendencia con sus argumentos, y como mejor ejemplo de ello podemos citar a Pérez Galdós con su gran producción periodística y novelística. Un intelectual, más tarde metido a político que consigue generar, con un lenguaje coloquial, empatías y logra con sus opiniones privadas generar opinión pública.

La ciudadanía hoy, está cansada de las consignas políticas porque las consideran el arte de no decir nada. Uno de los retos de la clase política en general debe ser suplantar ese arte de no decir nada con frases hechas al modo de consignas partidistas, con el arte de decir mucho en pocas palabras, con un lenguaje conciso, claro y concluyente.

También es cierto que muchos mensajes válidos dejan de serlo cuando el interlocutor o interlocutora no se viste con esa voz en su vida cotidiana, es decir, no practica sus palabras en la existencia diaria, y esto se nota cada día más conforme se profesionaliza la política y son los párvulos de las canteras quienes ascienden a puestos de responsabilidad sin haber pasado por eso que siempre nos decían nuestros progenitores, la Universidad de la Vida; es decir, una vida profesional, intelectual y de vivencias propias en una sociedad contemporánea, que hacen que el político y sus ideales se conviertan en fuente de inspiración para una ciudadanía hastiada por un léxico sumamente superficial.

Esta no es la única consecuencia de lanzar a jóvenes a la palestra de la vida pública, es más grave cuando esos jóvenes hacen de la política su único modo de vida, y acaban dependiendo absolutamente de algo, y en política ese algo es alguien, y de ahí puede derivarse ese soplo servil, de subordinación y de obediencia, ya no solo a consignas encapsuladas, sino a quién ordena que deben ser vendidas, sin aplicar, en ocasiones, ningún punto de vista social, ni moral.

Aquellos jóvenes políticos que no entran en el juego rígido de los partidos, que pretenden sin pretensiones alcanzar una sociedad más justa, y no ceden al mandato de los expertos encanecidos, sienten el vacío de las cúpulas políticas de su propio partido, y deben sortear muchísimos obstáculos, pero no olvidemos que son estos y no otros quienes entienden que es necesaria la significación de los mensajes y la concordancia entre sus ideales y la vida diaria.

Ser creíble no es algo fácil, y menos en una actualidad tan desatinada, en la que todo lo que sale por boca de un político o política suena a superficial y desactualizado. Por eso tenemos que practicar el procedimiento inverso al utilizado en la actualidad política; hay que preocuparse más por el contenido que por la forma, y poner sobre la mesa las consecuencias de tal o cual medida.

Ante esto debe hacerse algo, pues las opiniones y acciones de la política formal no convencen ya a la opinión pública, que saturada se sumerge en otro tipo de organizaciones para resolver los problemas cotidianos de una ciudadanía indignada. Entre los objetivos fundamentales de la política debe estar el hacer reflexionar sobre el estado de la nación, y ofrecer soluciones y esperanza para incitar a la continua regeneración que nuestro país necesita para afrontar las adversidades, y así asegurar una posición adecuada y digna en el mundo actual. No se trata de alcanzar un lenguaje cercano a la mediocridad, de eso ya abunda en exceso, si no de la necesidad de reproducir de forma natural la verdad, de forma sincera las preocupaciones financieras, económicas, de empleo, de vivienda, por supuesto, sin fallos de memoria, y sabiendo reflejar con veracidad correctamente el mundo real.

Para todo esto la educación, casualmente uno de los sectores más perjudicados con esta crisis, es fundamental para que la población esté preparada para la libertad de, tras escuchar los razonamientos sinceros de los distintos Partidos, poder elegir y participar activamente en política.

Hay que creerse, y convencer de nuevo para que la ciudadanía crea en los partidos como el instrumento capaz de cambiar la sociedad, para eso los cargos públicos debemos trabajar en esta dirección y no dar la imagen pobre de que lo que pretendemos es alterar a cada uno de los seres individualmente para cambiar la intención de su voto.

La intuición de buscar el sentido de lo humano en el discurso, explicando todos los pormenores de las acciones políticas con la grandilocuencia de la sencillez nos haría ganar en eficacia.

Se torna imprescindible cambiar la locución en la política, dejando de lado palabras huecas, y dando protagonismo a la ciudadanía de forma real, porque no olvidemos que es el pueblo, siempre lo ha sido, el motor de los cambios sociales. Más, en un momento en el que reaparece la confrontación y el conflicto de intereses e ideas, no ya de forma horizontal entre partidos como ha ocurrido normalmente en esta joven democracia, sino verticalmente, entre población y clase política en general. Es el momento en el que el lenguaje político debe dar paso a lo concreto, dejando las ideas abstractas en un segundo plano. Hoy más que nunca es preciso ser más objetivos y discursivos, dejando a un lado las consigan artificiales ideadas desde los inaccesibles despachos.