lunes, 15 de abril de 2013

EL IDIOMA DE LA POLÍTICA: el arte de no decir nada

ESTHER CLAVERO MIRA Y GABRIEL GARCÍA SÁNCHEZ 

En la prensa política del siglo XIX encontramos a autores y a políticos que marcan tendencia con sus argumentos, y como mejor ejemplo de ello podemos citar a Pérez Galdós con su gran producción periodística y novelística. Un intelectual, más tarde metido a político que consigue generar, con un lenguaje coloquial, empatías y logra con sus opiniones privadas generar opinión pública.

La ciudadanía hoy, está cansada de las consignas políticas porque las consideran el arte de no decir nada. Uno de los retos de la clase política en general debe ser suplantar ese arte de no decir nada con frases hechas al modo de consignas partidistas, con el arte de decir mucho en pocas palabras, con un lenguaje conciso, claro y concluyente.

También es cierto que muchos mensajes válidos dejan de serlo cuando el interlocutor o interlocutora no se viste con esa voz en su vida cotidiana, es decir, no practica sus palabras en la existencia diaria, y esto se nota cada día más conforme se profesionaliza la política y son los párvulos de las canteras quienes ascienden a puestos de responsabilidad sin haber pasado por eso que siempre nos decían nuestros progenitores, la Universidad de la Vida; es decir, una vida profesional, intelectual y de vivencias propias en una sociedad contemporánea, que hacen que el político y sus ideales se conviertan en fuente de inspiración para una ciudadanía hastiada por un léxico sumamente superficial.

Esta no es la única consecuencia de lanzar a jóvenes a la palestra de la vida pública, es más grave cuando esos jóvenes hacen de la política su único modo de vida, y acaban dependiendo absolutamente de algo, y en política ese algo es alguien, y de ahí puede derivarse ese soplo servil, de subordinación y de obediencia, ya no solo a consignas encapsuladas, sino a quién ordena que deben ser vendidas, sin aplicar, en ocasiones, ningún punto de vista social, ni moral.

Aquellos jóvenes políticos que no entran en el juego rígido de los partidos, que pretenden sin pretensiones alcanzar una sociedad más justa, y no ceden al mandato de los expertos encanecidos, sienten el vacío de las cúpulas políticas de su propio partido, y deben sortear muchísimos obstáculos, pero no olvidemos que son estos y no otros quienes entienden que es necesaria la significación de los mensajes y la concordancia entre sus ideales y la vida diaria.

Ser creíble no es algo fácil, y menos en una actualidad tan desatinada, en la que todo lo que sale por boca de un político o política suena a superficial y desactualizado. Por eso tenemos que practicar el procedimiento inverso al utilizado en la actualidad política; hay que preocuparse más por el contenido que por la forma, y poner sobre la mesa las consecuencias de tal o cual medida.

Ante esto debe hacerse algo, pues las opiniones y acciones de la política formal no convencen ya a la opinión pública, que saturada se sumerge en otro tipo de organizaciones para resolver los problemas cotidianos de una ciudadanía indignada. Entre los objetivos fundamentales de la política debe estar el hacer reflexionar sobre el estado de la nación, y ofrecer soluciones y esperanza para incitar a la continua regeneración que nuestro país necesita para afrontar las adversidades, y así asegurar una posición adecuada y digna en el mundo actual. No se trata de alcanzar un lenguaje cercano a la mediocridad, de eso ya abunda en exceso, si no de la necesidad de reproducir de forma natural la verdad, de forma sincera las preocupaciones financieras, económicas, de empleo, de vivienda, por supuesto, sin fallos de memoria, y sabiendo reflejar con veracidad correctamente el mundo real.

Para todo esto la educación, casualmente uno de los sectores más perjudicados con esta crisis, es fundamental para que la población esté preparada para la libertad de, tras escuchar los razonamientos sinceros de los distintos Partidos, poder elegir y participar activamente en política.

Hay que creerse, y convencer de nuevo para que la ciudadanía crea en los partidos como el instrumento capaz de cambiar la sociedad, para eso los cargos públicos debemos trabajar en esta dirección y no dar la imagen pobre de que lo que pretendemos es alterar a cada uno de los seres individualmente para cambiar la intención de su voto.

La intuición de buscar el sentido de lo humano en el discurso, explicando todos los pormenores de las acciones políticas con la grandilocuencia de la sencillez nos haría ganar en eficacia.

Se torna imprescindible cambiar la locución en la política, dejando de lado palabras huecas, y dando protagonismo a la ciudadanía de forma real, porque no olvidemos que es el pueblo, siempre lo ha sido, el motor de los cambios sociales. Más, en un momento en el que reaparece la confrontación y el conflicto de intereses e ideas, no ya de forma horizontal entre partidos como ha ocurrido normalmente en esta joven democracia, sino verticalmente, entre población y clase política en general. Es el momento en el que el lenguaje político debe dar paso a lo concreto, dejando las ideas abstractas en un segundo plano. Hoy más que nunca es preciso ser más objetivos y discursivos, dejando a un lado las consigan artificiales ideadas desde los inaccesibles despachos.

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