martes, 19 de marzo de 2013

LA SALSA ROSA DE LA POLÍTICA

Esther Clavero Mira y Gabriel García Sánchez

Las injurias son las razones de quienes tienen culpa
Jean-Jacques Rousseau

Cuando se confunden las líneas mentales del respeto y la moral, con el ataque frontal a todo coste para derribar al adversario político de filas ajenas o propias, aparece la miseria de un personaje, individual o colectivo injurioso que no piensa en el interés general, sino en posicionarse a cambio de derrotar a quien considera su enemigo y a quien evidentemente teme. La lucha contra la ofensa no merece pérdida de tiempo, pero la lucha contra las injurias sí merece librarse, pero en el ámbito de la justicia, donde se restablece la dignidad de las personas.

No todo el mundo tiene poder para la ofensa. Para ofender a alguien, la voluntad de hacerlo se tiene que juntar con otra variable; una sensibilidad dispuesta a sentirse ofendida, ya que es evidente que el que pretende ofender debe enfrentarse a un sujeto que se pueda sentir ofendido.

Nosotros, que somos entusiastas del léxico distraído, incluso diríamos que, en ocasiones, de la utilización de palabras “malsonantes”, nunca rozaríamos ni traspasaríamos las líneas de la ofensa, pues es la técnica de quienes tienen una “inteligencia débil”, e incapaces de utilizar la sutileza y la libertad de expresión con astucia, arremeten bruscamente contra las personas a las que envidian, o ven como contrincantes.

Cuando la persona presuntamente ofendida no se da por aludida, sino que siente la curiosidad del antropólogo por los rituales del ser humano, con la ironía propia de quien observa conductas deshonestas de quienes sienten la necesidad, como último recurso, de emplearlas y alzar las armas por sentirse amenazado al creer que pierden cuota de poder, y por su fragilidad mental, utilizando falsos apelativos sin información de valor, no podemos sentir otra cosa que no sea tristeza.

Pero en realidad tampoco es cuestión de dejar que se levantes falsos testimonios, no por uno o una misma, sino por quienes te requieren una respuesta contundente contra el que testificare en falso, y no te permiten dejar la anécdota para tu colección de chistes de biografía.

Cada cual utiliza sus recursos como su capacidad intelectual se lo permite. Así una tal María Sánchez Ova, tras la cual se esconde un latente ejército de Pancho Villa debilitado por las metrallas de una guerra que desconocemos y que da sus últimos coletazos intentando coger oxígeno para sus débiles y envejecidos pulmones, y se dejan arrastrar por un corazón enfermizo de emociones propias de los vencidos, utilizando la infamia de forma grosera, y con un lenguaje de Premio Nobel para resarcir su ego, no nos produce más que melancolía y pena. Las prácticas ofensivas suelen provenir de grupos o individuos radicales; la injuria, en cambio, proviene de la venganza, la manipulación de datos, de la mentira, del falso testimonio, sin aportar pruebas demostrativas.

Para vivir en sociedad es imprescindible la cordialidad, el respeto al prójimo, y el buen lenguaje. Aceptamos la crítica, pero no la injuria y la mentira con carga lesiva que rompe cualquier juego político entre interlocutores. Y pedimos, como requisito básico en cualquier medio de opinión pública, que se traten los temas con verdades comprobadas, datos demostrables y el máximo respeto al público y a sus lectores.

Por tanto, su señoría Belén Fernández-Delgado vierte palabras que provienen de un partido nervioso e inquieto, usando un lenguaje que ostenta un alto déficit de debate, un lenguaje oxidado, pero sin una ofensa tan personalizada, pues no alcanza la injuria y queda en la anécdota por desdecirse, con sus propios párrafos contradictorios y con los personajes históricos nombrados, cargados de un conservadurismo liberal extremo; por ello, no merece respuesta alguna. Ahora bien, ni buscando con lupa podría haber escogido como ejemplo un personaje histórico peor que Margaret Thatcher, pues durante su mandato se produjo en su país el mayor ataque de la historia a los servicios públicos: Sanidad, transporte, correos y un largo etcétera.

No seremos nosotros quienes no reivindiquemos el derecho a la crítica como algo necesario para que nuestra sociedad avance. Aún nos alcanza nuestra humilde materia gris para discernir entre la crítica, la ofensa y la injuria con intención de hacer daño. De ahí que reclamemos una escuela para quienes aspiran a hacerse cargo del destino de la sociedad, para que saquen al menos un aprobado en lenguaje del respeto, y pasen a modo de autoescuela, un test de psicopatía social para que un juez o jueza les de el permiso de conducir vidas ajenas.

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